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Sandra Beltrán: media vida buscando a su hermano

Desaparecido. Sí. Bernardo Beltrán Hernández trabajaba en la cafetería del Palacio de Justicia de Bogotá cuando se produjo la toma y retoma del lugar el 6 y 7 de noviembre de 1985. Tenía 24 años cuando fue “desaparecido, torturado, y asesinado”.

 

Sandra Beltrán

Virginia Moreno Molina

 

“Bernardo era un muchacho moreno, alto, con cabello negro y abundante y una mirada limpia”, recuerda su hermana Sandra Beltrán Hernández.

Era el tercero de seis hermanos y llevaba dos meses y seis días trabajando en el palacio cuando se produjo la toma por parte del grupo guerrillero Movimiento 19 de abril (M-19).

Como hermana, “digo que no hubo una toma y una retoma, para mi hubieron tres tomas: la primera hecha por el comando guerrillero M-19, la segunda por la fuerza pública del país (policía y ejército que entraron supuestamente a rescatar a los rehenes) y, la tercera, la toma hecha por la policía y el ejército de Colombia a Medicina Legal, en donde pusieron cosas arbitrarias sin seguir protocolos para las necropsias y levantamientos de los cuerpos y ocultamiento de las pruebas”.

Sin noticias

Era el medio día de ese 6 de noviembre, Sandra estaba en el mercado cuando escuchó en la radio que el M-19 acababa de ingresar al Palacio de Justicia. Dejó las cosas y salió corriendo para su casa. Encendió la televisión, pero no había ninguna noticia sobre lo que estaba sucediendo. Un tiempo después se enteraron de que la entonces ministra de comunicaciones, Noemí Sanín, había ordenado suspender las retransmisiones, sustituyéndolas por un partido de fútbol.

“Llamé a mi madre que trabajaba de costurera, pero tenían prohibido pasar las llamadas así que hasta que no fueron las 2 y media de la tarde no supo lo que pasaba”.

Para ese entonces su padre, familiares y vecinos estaban juntos pendientes de las noticias que les llegaban de la radio.

“Decían que no nos acercáramos a la plaza de Bolívar, pero se escuchaba en la radio los tiros, los gritos de la gente”, cuenta Sandra.

Vieron la primera salida de rehenes por televisión sobre las 4 de la tarde: una cadena humana guiada por militares que salían del Palacio de Justicia a la casa del florero. Pero seguían sin ver a Bernardo.

También recibieron “una llamada del doctor Meléndez, que trabajaba en el Fondo Rotatorio, y estaba ayudando a Bernardo a encontrar un trabajo mejor. Nos dijo que había visto salir con vida a Bernardo y lo llevaban hacia la Casa del Florero”.

“Esa noche nuestro padre se quedó hasta las cinco de la madrugada esperando fuera”, cuenta.

Al día siguiente temprano, sus padres y dos hermanos mayores fueron a la plaza. Cuando llegaron estaba todo acordonado. Con la angustia, su madre se acercó a un militar y le preguntó por su hijo. Le indicaron que fuesen al cantón del norte, pero allí solo les mostraron listas de gente y les comunicaron que no habían retenidos.

Bernardo seguía sin aparecer.

La familia comenzó a organizarse para ir a Medicina Legal, clínicas, a todos los sitios que la radio decía que podrían estar los heridos. Durante 15 días, su padre visitó Medicina Legal, sin resultado. “Él y otros familiares pudieron ver los cuerpos incinerados, cadáver por cadáver, bolsa por bolsa”.

Pero por ese entonces desconocían que habían habilitado un cuarto contiguo de cadáveres especiales “para Magistrados y supuestamente guerrilleros”.

¿Dónde está?

Todos los días desde las cinco de la mañana hasta por la noche se dedicaban a buscar. “Volvían desencajados, con hambre, frío, dolor y sin ninguna luz de encontrar a su hijo”, recuerda.

De ir y venir a los mismos sitios, se dieron cuenta de que coincidían con los demás familiares de los desaparecidos de la cafetería.

Intercambiaron números telefónicos con la esperanza de que, si uno aparecía, le seguiría el resto. De hecho, en una de las conversaciones que tuvieron, la familia Rodríguez y Guarín les contaron que el 7 de noviembre cuando entraron a la cafetería todo estaba intacto, la caja registradora estaba abierta sin dinero, y no había ni documentos de identificación ni la ropa de cambio.

Lucha legal

La única puerta legal que se les abrió en aquel momento fue la oficina del abogado Eduardo Umaña Mendoza: jurista, catedrático, humanista y profesor de la Universidad Externado de Colombia. Se reunían con él cada quince días.

Pronto el Tribunal formado por el Estado para esclarecer los hechos, les solicitó pruebas de que Bernardo trabajaba en el Palacio de Justicia.

Ambos consiguieron localizar a la señora que cuidaba del archivo, la cual, después de insistirle, lo confirmó.

Y se comenzó a hablar de desaparición, “cuestión que ni entendíamos, ni sabíamos que existía en Colombia”, dice Sandra.

Pero el abogado Umaña junto a la señora Josefa De Joya, por ese entonces presidenta de Asfaddes (Asociación de familiares de detenidos desaparecidos), lograron incluir en la Constitución la desaparición como delito, pues no estaba tipificada como tal.

También fueron a los noticieros a ver el material grabado, pero les decían que estaba en manos del tribunal de investigación.

Fue desde la Procuraduría General de la Nación que les llamaron para ver los vídeos y los objetos que se habían recogido, sin resultado.

En medio de todo este caos y desesperación, el padre de Sandra fue atropellado por un coche. Se recuperó, pero tres años más tarde tuvo un infarto donde estuvo 15 días en cuidados intensivos.

Pacto de silencio

Sandra cuenta que, desde el comienzo, nadie quería hablar del tema. Solo años después descubrieron que había un “pacto del silencio” entre los que intervinieron, que aún 34 años después, se mantiene.

Los años pasaban con pistas que no llevaban a ningún lado y falsas esperanzas a cada paso que daban.

Recibieron unas cintas que se adjuntaron a la investigación, pero se perdieron en el juzgado. Solo años después se encontrarían las transcripciones y se aportarían a la Fiscalía. Pero las secuelas psicológicas de haber perdido a un familiar y seguir en la incertidumbre se acentuaban año tras año.

“Mi padre dejó de conducir porque le parecía ver a Bernardo por la calle, y se disculpaba porque bebía mucho, pero nos decía que era la única manera de dormir por la noche”, explica Sandra.

Por su parte, su madre llevó el sufrimiento a sus espaldas y la diabetes también comenzó a causarle estragos, por lo que fue perdiendo poco a poco la vista. “No hubo iglesia adonde no fuera de rodillas a pedir que Bernardo volviera a casa”.

(Próxima semana: Sandra Beltrán: desaparición, impunidad y revictimización

(Fotos suministradas –y autorizadas para su publicación- por la entrevistada)

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