En Foco, Notas desde el borde, Opinión

El fin de la globalización

A pesar de sus guerras (Bosnia, Ruanda), la década de 1990 parece haber sido en retrospectiva una época de optimismo y esperanza.

 

Steve Latham

 

A medida que se abría un nuevo milenio, parecía que los sueños liberales y neoliberales de un sistema mundial, globalizado y democrático podrían extenderse por todo el planeta.

Lo lejos que parece ahora. Esto fue, tomando prestada la frase de Acton (la cual aplicó al comunismo), «la ilusión de la época». Pero estamos destinados a no percibir nunca el verdadero significado de nuestra era. Solo a posteriori podemos discernir los delirios, que están oscurecidos circunstancialmente en ese momento.

Hoy podemos distinguir algunos avances, que han revelado el fracaso de esas ambiciones.

  • 9.11 y la «guerra contra el terrorismo», alteró las fantasías de la paz mundial, reemplazándolas por una realidad plagada de divisiones y conflicto, un permanente estado de «guerra interminable» (como en la novela de ciencia ficción de Heinlein).
  • La recesión del 2008 reveló los fundamentos estructurales, cargados de deudas, del capitalismo financiero internacional; y las decisiones posteriores de imponer austeridad expusieron además las mentiras detrás de las promesas de una mejora del nivel de vida en las democracias occidentales.
  • La pérdida de la hegemonía estadounidense, dejando al descubierto su actual debilidad militar, a través del estancamiento y la derrota en guerras neocoloniales asimétricas, impulsó el aislacionismo de «America First» de Trump: una aceptación del complejo sistema multipolar, en lugar del simple unipolar de los años noventa.
  • El retorno de la religión como principal línea divisoria de la sociedad (desde el hinduismo en India, el budismo en Myanmar, el islam en todo Medio Oriente o el cristianismo en Europa del Este), a medida que los países reaccionan ante la creciente competencia por los recursos.
  • La emergencia climática amenaza la vida en todo el planeta como de costumbre, ya que nuestros hábitos derrochadores y destructores del medio ambiente destruyen las condiciones previas para la vida misma.
  • El auge del populismo nacionalista, en parte como respuesta a una disminución relativa del poder, divide aún más el mundo en bandos hostiles, expresados generalmente por la antipatía hacía los de afuera, ya sean inmigrantes de más allá de las fronteras nacionales, o minorías étnicas dentro de ellas.
  • En este momento, el Coronavirus, además de socavar la confianza empresarial, está causando prohibiciones de viajes a escala mundial. El transporte aéreo que ha empequeñecido la tierra puede estar cesando.

Esto está lejos de ser la predicción de Hardt y Negri del 2000 en que el estado-nación se marchita y las compañías multinacionales lo reemplazan, en una forma postmoderna de «Imperio».

En cambio, el estado-nación fue revivido como garante de la estabilidad económica en 2008 y de la protección de la salud pública en la actualidad; tareas que las empresas nunca pueden hacer con su cuestión principal de obtener beneficios.

Pero este papel «positivista» para el estado está dialécticamente vinculado a su reactivación como patrocinador «negativo» del racismo, la xenofobia y el prejuicio.

Estos aspectos del estado-nación son gemelos, que representan el retroceso de la cooperación y la responsabilidad internacional.

Esta puede haber sido realmente una ideología que legitima a las grandes empresas, en lugar de a la gente común; pero su rechazo ha engrosado los términos del debate político, con eventos como el Brexit.

Pero esto no es un análisis. Es solo una lista, no obstante, una que expone una ilusión. Todavía tenemos que hallar una explicación para estos epifenómenos entrelazados.
Así pues, hablemos: ¿A qué se debe esta desaparición inminente de nuestra civilización mundial?

(Traducción de Lidia Pintos Medina) Fotos: Pixabay

Share it / Compartir:

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*