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Sentimientos de ciudad

Para entender la ciudad y actuar de forma efectiva dentro de ella, necesitamos una investigación empírica a varios niveles: macroanálisis de estadísticas, cifras y algoritmos, y microestudios derivados de entrevistas y grupos de debate.

 

Steve Latham

 

Estos requieren integrarse en un enfoque cibernético de los diversos sistemas de la ciudad: negocios, arte, educación, política…

Y estos sistemas están entrelazados. Se mueven los mismos actores en cada esfera. La ciudad es un todo, no son partes desconectadas. Sin embargo, cada parte del sistema se mueve de acuerdo con su propia lógica. Según el concepto de Herman Dooyeweerd, están ‘entrelazados enkápticamente’ en una relación parte-conjunto, donde cada uno conserva su integridad estructural.

Pero comprender una ciudad, o incluso la ciudad como forma social, implica más que unos modelos pseudocientíficos.

Al buscar intervenciones satisfactorias saltamos demasiado rápido de la contemplación a la acción. Naturalmente, existen necesidades apremiantes: pobreza, racismo, sexismo y otras injusticias.

Y, sin embargo, actuamos con demasiada frecuencia por reacción, mediante respuestas instintivas, en lugar de dejar que nuestras acciones broten de las profundas aguas de la reflexión.

Desde que Georg Simmel escribió ‘La metrópolis y la vida mental’, reconocemos que el positivismo, al reducir la vida humana a números, ignora significados existenciales más amplios.

Esto es importante porque vivimos dentro de nuestras cabezas, siendo quizás los únicos entre las criaturas terrestres. El significado de nuestras acciones deriva no solo del instinto, sino también de nuestros pensamientos. Este proceso de interpretación es, como señaló Charles Pierce, interminable. Existen capas sobre capas de significado.

De ahí la incisiva observación de Jean Baudrillard de que no sufrimos una falta de significado, sino demasiado significado, demasiados significados.

El secreto de la supervivencia en la ciudad radica en sentirse cómodo con la ambigüedad de la pluralidad. En realidad, los cambios semióticos según la ubicación social.

El mismo espacio empírico tendrá diferentes significados para diferentes actores o participantes. Hasta este punto, vivimos en ciudades solipsistas separadas, que paradójicamente ocupan el mismo espacio.

Considere a un miembro de la élite mundial, que se toma un descanso entre sus reuniones de negocios y va a un restaurante con estrellas Michelin.

A él, Londres le parecerá muy diferente que a un hombre sin hogar que está acostado y empapado de orina en la misma calle.

Por lo tanto, el escenario importa más que la ubicación. Es decir, la forma en que usamos el espacio urbano varía y, por lo tanto, su significado, su ontología urbana, también está sujeta a frecuentes cambios laterales.

El peligro es la pérdida del significado común y la comprensión, que causa conflictos entre los usuarios competidores del espacio urbano.

Los intereses de las personas sin hogar y de la clase trabajadora asentada, hartos de las personas que consumen drogas en sus puertas, pueden desencadenar un estallido.

Pero siempre surgirán nuevos significados. La búsqueda del ‘bien común’ es esencial para la creación del capital social; en particular, el ‘capital puente’, que reúne a diferentes grupos.

Todos somos ‘partes interesadas’. Al identificar intereses comunes, podemos construir alianzas locales a través de la organización comunitaria.

Por ejemplo, el Wally Foster Community Centre, en Hackney, se construyó cuando conservadores, comunistas y cristianos cooperaron para servir a su comunidad.

En una ciudad global diversa, esto no requiere un acuerdo pleno en todas las cuestiones, sino lo que Francis Schaeffer denominó ‘co-beligerancia’ estratégica. No obstante, ¿podemos silenciar nuestros egos políticos lo suficiente como para abandonar los desacuerdos en favor de un objetivo común?

(Traducido por Iris María Blanco Gabás – Email: irisbg7@gmail.com) Fotos: Pixabay

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