Estados Unidos termina 2020 bajo el peso de una pandemia y de una fuerte polarización acentuada por Trump, y entra en el año en que un nuevo gobierno tomará el poder con numerosos desafíos por delante, entre los cuales sobresalen la emergencia de salud y la división política.
En buena medida, los comicios celebrados el 3 de noviembre influyeron en la vida política, social y económica del país durante los últimos 12 meses, pero el proceso electoral trajo mucha más convulsión y sucesos inéditos de los que seguramente pronosticaron los analistas más avezados.
Pese al impacto de la crisis ocasio nada por el Covid-19 y de los pronunciamientos de Donald Trump, una cifra récord de norteamericanos participó en esa cita en las urnas para elegir tanto al mandatario del país como a una gran parte del Congreso, y diversos cargos estatales y locales.
En esos comicios, vistos en gran medida como un referendo sobre la gestión del republicano, se impuso el candidato demócrata, Joe Biden, quien termina el año envuelto en el proceso de transición de poder, con vistas a comenzar su presidencia el próximo venidero 20 de enero.
Aunque fue en junio de 2019 cuando Trump lanzó formalmente su campaña de reelección, el gobernante presentó la documentación necesaria para ese proceso desde su primer día en la Casa Blanca, el 20 de enero de 2017, y obtuvo sin problemas la nominación del Partido Republicano en agosto pasado.
La campaña de reelección del mandatario se centró en la economía, el empleo, la inmigración y la política exterior, para lo cual sostuvo los principales postulados de su controvertida “política de Estados Unidos primero”.
Esa visión lo condujo, durante su gobierno, a adoptar acciones como obstaculizar considerablemente las solicitudes de asilo, separar familias en la frontera sur, y abandonar numerosos mecanismos y organizaciones internacionales.
Mientras Trump seguramente hubiera preferido mantener la atención enfocada en esos y otros temas que gozaban de éxito entre sus seguidores, el Covid-19 perjudicó aún más la forma de valorar su gestión como jefe de Estado.
Durante todo el año el presidente se empeñó en minimizar los efectos de la crisis sanitaria, incluso cuando cada día aumentaba de manera alarmante la cifra de contagiados y fallecidos, y atacó públicamente a reconocidos expertos de salud.
A ello se unió que los asesinatos de varios afronorteamericanos a manos de la policía generaron desde finales de mayo multitudinarias protestas, a las cuales Trump espondió con críticas a los manifestantes y defensa de las fuerzas del orden.
En lugar de abordar esos problemas en toda su dimensión, Trump se dedicó a provocar más divisiones: entre quienes llevaban máscaras y quienes no las usaban; entre los estados rojos y los azules; entre quienes respaldaban al movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan) y quienes apoyaban a la policía.
Si el mandatario tuvo un sendero despejado hacia la nominación presidencial republicana, Biden, por su parte, debió enfrentar a numerosos precandidatos demócratas, incluyendo algunos de mucha fuerza como los senadores progresistas Bernie Sanders y Elizabeth Warren.
Sin embargo, Biden logró la presidencia.
En total, más de 157 millones de personas, una cifra récord, tomaron parte en los comicios, para una tasa de participación de más de 66% de los votantes elegibles.
Además de imponerse en el voto popular con más de 80 millones de boletas, la cantidad más alta en la historia de país, el demócrata consiguió 306 votos electorales -se necesitan 270 para llegar a la Casa Blanca- y el mandatario saliente 232.
Trump, sin embargo, se negó a reconocer esos resultados y su campaña interpuso decenas de litigios infructuosos en diferentes territorios con el fin de anular boletas y revertir la victoria de Biden.
Paralelamente, el gobernante siguió con sus acusaciones infundadas de fraude electoral masivo y obstaculizó el inicio de la transición de poder.
El 23 de noviembre Trump finalmente autorizó a la Administración de Servicios Generales comenzar ese proceso de manera formal, aunque continuó sin reconocer explícitamente el triunfo de su rival.
Lo cierto es que la campaña del demócrata se presentó, en gran medida, como un desafío a las políticas de Trump, muchas de las cuales Biden prometió revertir una vez que llegue a la Casa Blanca, además de que se enfocó en resaltar un mensaje de unidad, al decir que será presidente de todos los norteamericanos.
De acuerdo con el mandatario virtualmente electo, buscará restaurar alianzas internacionales, priorizar el avance de la clase media, privilegiar la protección ambiental y los derechos de la atención médica, entre otras prioridades. Sin embargo, muchas de sus propuestas están en línea con las de Trump y las de administraciones norteamericanas previas, que han tratado de mantener el carácter hegemónico de Estados Unidos como superpotencia e imponer dictados a nivel global. (PL)