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El cínico racismo británico sobre sus colonias

“Small Axe” es una antología de cinco largometrajes en formato serial que tejen en conjunto un panorama ajustado y coherente de la violencia racial imperante en Londres desde fines de los 60 hasta comienzos de los años 80. «Lovers rock» se destaca por su potencia visual y sonora.

 

Gustavo Galuppo Alive

 

En sentido estricto, Small Axe, no es una serie, ni siquiera una miniserie como se consigna en algunos sitios.

Se trata en cambio de una propuesta singular: una antología de cinco largometrajes autónomos que, sin embargo, más allá de la independencia que cada uno ostenta, tejen en conjunto un panorama ajustado y coherente de la violencia racial imperante en Londres desde fines de los 60 hasta comienzos de los años 80. Toda una aproximación a dicho fenómeno desplegada desde los pormenores de la vida cotidiana de integrantes de la comunidad afrocaribeña radicada en el Reino Unido.

El proyecto está íntegramente realizado por Steve McQueen, quien coescribe y dirige las cinco partes. McQueen, quien cuenta con dos obras destacables como Hunger (2008) y Shame (2011), y otras tantas mucho menores, como 12 años de esclavitud (2013) y el catastrófico  thriller Viudas (2014), intenta con este proyecto remontar la incisiva mirada de sus primeras apuestas tanto como, en mayor o menor medida, su elaborado aparataje formal. La serie, si es posible incluirla dentro de esa categoría, está producida por la BBC y fue emitida por la plataforma de Amazon.

Si bien es despareja y pierde fuerza constantemente por el carácter enfático de su discurso aleccionador, se puede afirmar que entre las cinco partes que la componen se encuentra una de las experiencias audiovisuales más estimulantes de estos meses. Sin dudas, el episodio titulado “Lovers rock” es la obra más arriesgada y más lograda del director británico. Todo un hallazgo de sensualidad y sutileza.

Patear el tablero

La duración de los episodios oscila entre los 63 minutos y los 127 del más largo, “El Mangrove”, el estereotipado relato que sirve como apertura. En este se aborda un hecho históricamente conocido, el juicio de “los 9 del Mangrove”. Mangrove alude a un bar que servía de punto neurálgico de reunión para la comunidad afrocaribeña londinense, y que fue el blanco de un constante hostigamiento policial desde fines de la década del 60.

Tras una larga y cuidada introducción que se enfoca en lo más rico del relato, la cuidada aproximación a las costumbres de la comunidad retratada (la música, las comidas, las relaciones), el episodio da paso al proceso judicial desatado después de una manifestación pública en la que nueve participantes son acusados injustamente de perpetrar actos violentos contra la policía.

Allí se exhibe todo lo que hace tambalear permanentemente a todo el conjunto: lo enfático del discurso, el carácter didáctico de la exposición, y la acumulación de clisés que ni siquiera le teme a lo contraproducente de construir villanos de folletín.

Como apertura, deja presentir un abordaje fijado en la exaltación trivial de lugares comunes ya poco digeribles. Pero el segundo episodio, “Lovers rock”, patea el tablero de modo magistral y desoculta algunos hilos expresivos que prometen otra perspectiva.

Un ritual audiovisual hipnótico

“Lovers rock”, en cierta medida, es la más simple de las propuestas, pero en esa misma simplicidad es donde se despliega la mayor profundidad de todo el conjunto. Lo que se narra es una noche de fiesta en la cual una chica y un chico se conocen.

Sólo eso. Los preparativos de la fiesta (las comidas y la música), el desarrollo, y el final al amanecer, cuando la chica y el chico ya han tenido su encuentro y regresan cada cual a su casa.

El gesto magistral de McQueen es la osadía del modo expresivo que elige para narrar lo en apariencia banal del hecho, y como deja traslucir desde allí (con una maravillosa sutileza ajena al resto de la antología) una multiplicidad de aristas temáticas que, sin énfasis didáctico, resultan mucho más movilizadoras y estimulantes.

Lo que vemos es casi el desarrollo de la fiesta convertido en un ritual audiovisual hipnótico. Es una película de trance (como incluso el cine experimental muchas veces lo ha propuesto). Cada detalle visual y auditivo se convierte en un destello alucinatorio, pero sin perder jamás su consistencia realista.

El movimiento de la cámara acaricia la textura de las telas mientras los cuerpos comulgan en el baile, se detiene en gestos aletargados, en rastros sensuales de una celebración que nos va absorbiendo segundo a segundo, físicamente incluso. Todo es música, las vestimentas, los cuerpos, los gestos, las luces.

En su lograda sensualidad, “Lovers rock” se convierte poco a poco en una experiencia física, se siente en el cuerpo, se respira alcanzando un nivel de experiencia pocas veces logrado de este modo.

Ahora bien, lo más destacable aquí es incluso el modo sutil en que, entre los intersticios de ese trance sensual, se iluminan aristas tensas como la jerarquía de los roles de género dentro de la comunidad,  las tensiones vinculares dadas por la exclusión social, y la amenaza discriminatoria de la mirada “blanca” que planea con tenacidad todo el tiempo sobre cada gesto. “Lovers rock” es, de punta a punta, una celebración, pero que aun así es capaz de dar cuentas implacablemente de un trasfondo problemático insoslayable.

La discriminación racial británica en los “sixties”

El resto de los episodios abordan, acertadamente, otros aspectos puntuales de la discriminación racial dados en ese lugar y en ese tiempo.

La problemática relación de la comunidad afro con la institución policial, los vínculos estructurales entre el racismo y el clasismo, y la cínica exclusión de los afrocaribeños del sistema educativo británico (delegados, en muchos casos, a “escuelas para subnormales desde el punto de vista educativo”). El recorte es preciso, y el conjunto antológico da cuentas de la situación en sus múltiples y determinantes aspectos. Pero, salvo el episodio destacado, todo el resto oscila entre una delicada y justa aproximación costumbrista y la exposición enfática de un didactismo insostenible.

El énfasis discursivo innecesario y la proliferación de lugares comunes, atenta gravemente contra los grandes momentos que se dispersan por todo el conjunto con arrebatadora intensidad.

Más allá de lo desacertado del abordaje general, Steve McQueen nos deja, sí, grandes momentos, y nos obsequia esa gema que es “Lovers rock”, para atesorar, seguramente, entre las mejores “películas” de este año.

Artículo de Gustavo Galuppo Alive / Especial para El Ciudadano

(Fotos elciudadanoweb.com)

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