Desde la reciente ronda de elecciones locales en el Reino Unido, el Partido Laborista se ha visto sometido a un resentido examen de conciencia y a una reflexión sobre cómo recuperar el terreno electoral perdido.
¿Cuál es el remedio para la pérdida de apoyo, incluso entre los votantes laboristas tradicionales, y en sus zonas habituales? ¿La solución pasa por más políticas de izquierda o por una postura más moderada?
Aunque estemos de acuerdo con las políticas de Corbyn, por ejemplo, la realidad histórica es que los laboristas nunca han ganado unas elecciones con un programa de extrema izquierda.
Sólo con líderes centristas, como Wilson y Blair, a los que podemos detestar políticamente, los laboristas han triunfado.
Por eso Andy Burnham pasó de la política parlamentaria a la local. Como alcalde de Manchester podría conseguir algo concreto.
Quizás los laboristas podrían aprender del presidente estadounidense Biden. Ligeramente izquierdista, su campaña electoral fue muy moderada. Pero en el poder, ya ha cambiado enormemente la agenda económica y social.
Algunas de las prioridades clave parecen ser
- Mantener la lealtad a los principios, de lo contrario no tiene sentido existir
- Ser flexible en la política, para adaptarse
- Comprender que es necesario tener poder, para cambiar algo
Tal vez los laboristas puedan aprender de los tories, que tuvieron que reinventarse durante sus años de bonanza, cuando las sucesivas victorias de Blair parecían relegarlos a la oposición permanente.
Se modernizaron con éxito bajo David Cameron, reconociendo e incluso instigando el cambio social, como el matrimonio gay, eliminando el estigma de ser llamados el “partido desagradable”.
Bajo Boris Johnson, su total falta de principios (que no suele ser una virtud) ha permitido una flexibilidad táctica, para adaptarse a circunstancias rápidamente cambiantes, especialmente bajo la pandemia. Esto ha permitido a los conservadores combinar el libertarismo, derivado en buena medida de la laxitud moral personal de Johnson, con un fuerte estatismo y nacionalismo.
La “nivelación” económica, aunque sea un eslogan cínico, les ha ayudado a derribar el “Muro Rojo” de los escaños “seguros” de los laboristas en el norte, y ha reforzado su atractivo para la pequeña Inglaterra.
Por supuesto, podemos pensar que su ausencia de principios, aunque sea una táctica para mantenerse en el gobierno, es poco apropiada para los partidos comprometidos con la justicia social.
La cuestión es que, sin cierta flexibilidad, el poder es inalcanzable. La cuestión es el equilibrio: ¿en qué momento nos inclinamos sobre el borde, y perdemos nuestra alma, para ganar el mundo?
El dilema es que es posible tener razón, pero sin poder. La sociedad puede no estar de acuerdo con nosotros. Esto puede deberse, por supuesto, a las influencias ideológicas hegemónicas: los medios de comunicación, etc.
Pero no podemos descartar a la población como estúpida, sólo porque no esté de acuerdo. El reto es cómo podemos comprometernos y persuadirlos.
Esto es relevante para los grupos, que forman una minoría, que parece, actualmente, estar en el lado equivocado de la historia, por ejemplo:
- Personas de color en sociedades racistas.
- Cristianos en un Occidente secularizado.
- Los gays en algunas partes de África.
Ninguno de nosotros tiene que aceptar los veredictos contemporáneos sobre nuestras creencias. Pero sí debemos tenerlos en cuenta a la hora de elaborar nuestras respuestas estratégicas. (Traducido por Mónica del Pilar Uribe Marín) – Photos: Pixabay