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El fascismo para salvar al capitalismo

Ante las enormes dificultades que presenta el sistema capitalista mundial y en particular el modelo neoliberal  las clases dominantes buscan salidas sin que hasta el momento se sepa con certeza cuál de esas fórmulas terminará por imponerse.

 

Juan Diego Garcia

 

Para algunos, la extrema derecha, la solución más adecuada es profundizar en el actual modelo y buscar la disminución de la tensión social y política que se registra prácticamente en el todo el planeta , mediante discursos que en muchos aspectos recuerdan al fascismo clásico.

Hoy es usual escuchar de nuevo las expresiones de nacionalismo extremo, racismo y xenofobia, chivos expiatorios señalados como los culpables de todos los males de la sociedad, además de claras tergiversaciones de principios como la libertad, convertida hoy en bandera de estas tendencias neofascistas. Por el momento no son mayoritarias en la mayoría de los países pero ganan espacios sociales y políticos cada vez más significativos, especialmente en Estados Unidos.

En Europa ocurre, aunque en menor escala. Y en la periferia pobre del sistema mundial hay manifestaciones extremas, como es el caso de Brasil o Filipinas.

El caso más preocupante ocurre en Estados Unidos con el movimiento que impulsa el expresidente Trump, que parece controlar al partido republicano y movilizar importantes sectores sociales que podrían asegurarle una victoria en las próximas elecciones presidenciales.

En Europa la extrema derecha gobierna en Reino Unido y en otros países como Hungría, Polonia o Ucrania en cuyo gobierno tiene influencia decisiva un partido abiertamente nazi. Algo parecido sucede en Austria.

En el resto del Viejo Continente el panorama no es tan favorable a estas fórmulas de extrema derecha, aunque su influencia crece sin cesar.

En Alemania, por ejemplo, empieza a destacarse el llamado “tercer camino”, una versión casi igual al antiguo Tercer Reich de Hitler, levantando consignas muy similares.

Otro tanto de registra en Francia, en Italia o en España (los franquistas de toda la vida), aunque por el momento no ajustan porcentajes considerables de representación que les puedan llevar pronto al gobierno. Pero están ahí, como siempre, como la solución alternativa para el gran capital en caso de un desbordamiento social peligroso que ponga en riesgo el sistema.

Por el momento, la carta del moderno fascismo no es de dimensiones preocupantes (a Excepción de Estados Unidos), pero aumenta su influencia y no debería descartarse que en un momento dado las clases dominantes decidan hacer uso de esa alternativa. Ya lo hicieron con Hitler, Mussolini y Franco.

De momento parece más probable que terminen por imponerse soluciones de corrección más o menos amplia del modelo neoliberal, retomando formas del esquema tradicional del Estado del Bienestar compatibles con los principios básicos del neoliberalismo.

Se trataría, por ejemplo, de devolver parcialmente al Estado una serie de funciones del control de la economía y la promoción de medidas económicas que rebajen las actuales tensiones en el mercado laboral y mejoren los ingresos de las mayorías.

Pero también se trata de incluir medidas que contribuyan a disminuir el impacto de la economía sobre el medio natural y la población (por ejemplo, la búsqueda de energías alternativas: energía solar y la eólica, el auto eléctrico o de hidrógeno, y siempre, con ayudas estatales muy generosas y grandes facilidades para imponerse en el mercado nacional y mundial). Pensar que el sistema, por dura que sea su crisis, no tiene alternativas, que está a punto de colapsar y que un mundo nuevo se aproxima es bastante improbable, si se considera la correlación real de fuerzas políticas y sociales.

En Europa ciertos acontecimientos indican las posibles salidas del sistema. Las recientes elecciones en Alemania, por ejemplo, llevan al gobierno a la socialdemocracia (SPD), los ecologistas (Verdes) y el partido liberal. Todo indica que ya tienen la bendición del gran capital y solo falta ultimar detalles menores.

Por supuesto, las repercusiones no se limitan al ámbito alemán dada la importancia decisiva de este país en Europa.

El sistema tendría una oportunidad de superar la actual crisis, así sea parcial y temporalmente.

Para ello cuenta con un SPD que está lejos de ser la fuerza reformista de antaño pues resulta una manifestación particular del modelo neoliberal, adecuado para impulsar reformas que corrijan (al menos en parte) sus impactos más graves.

Hasta es posible que ensayen alguna fórmula del Estado de Bienestar que resultó del pacto capital-trabajo en la reconstrucción del país luego de la guerra.

Los Verdes, tampoco son el grupo de ecologistas radicales de antes; en realidad, pueden ser igualmente funcionales al sistema como lo han demostrado en sus muchas participaciones en los gobiernos central y regional en el pasado. Y el partido liberal, es un muy buen representante del capital financiero y de la gran burguesía alemana, y como tal, es pues garantía de un gobierno “muy moderado y aceptable”, que no se exceda en medidas populares.

La crisis no es solo económica pues afecta todas las esferas del orden social y, en consecuencia, emprender reformas de fondo supondría abrir vías a movilizaciones sociales que no se desean por los riesgos que suponen para el capitalismo.

De todas maneras, y al menos hasta ahora, la mayor ventaja que tiene el sistema es la debilidad de una izquierda que mantiene, sin apenas cambios sus mil luchas internas de siempre y sus mil tendencias enfrentadas a muerte.

En unos casos la izquierda está muy afectada por el derrumbe del socialismo mientras en otros lo está no menos por el abandono del ideario socialdemócrata de los partidos socialistas.

No son pocas las ocasiones en que el movimiento espontáneo de sus bases sociales (asalariados de todo tipo – el moderno proletariado- y los sectores empobrecidos de las clases medias) va muy por delante de estos partidos y no encuentra en consecuencia la manera de concretar en resultados positivos la inmensa fuerza de la protesta.

(Fotos: Pixabay)

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