En Foco, Latinoamerica, Opinión

La dificultad para salvar la democracia

Esperemos que en Colombia no haya un Pinochet y que Biden no tenga otro Henry Kissinger que haga el trabajo sucio. El sistema político colombiano funciona en medio de una atmósfera de violencia endémica y sus instituciones (en particular de las parlamentarias y de justicia), están desprestigiadas. Difícil garantizar la democracia.

 

Juan Diego Garcia

 

Las recientes elecciones parlamentarias en Colombia han vuelto a registrar una abstención de más del 50% del censo electoral, un fenómeno apenas destacado por la prensa local y poco trabajado por la ciencia social del país.

Esta abstención ya es una característica del sistema político colombiano y se viene registrando desde los años 50 del pasado siglo.

Existen muy pocos estudios al respecto pero todo indica que esto se debe a la naturaleza primitiva de un sistema electoral que permite todo tipo de maniobras para compra de votos y garantías de fraudes masivos que favorecen a los llamados “caciques” políticos de los partidos tradicionales.

El colombiano es  un sistema político que funciona en medio de una atmósfera de violencia endémica sobre todo en algunas regiones y se extiende cada día más en un  país con un enorme desprestigio de las instituciones (en particular de las parlamentarias y de justicia).

Todo ello provoca el masivo desinterés por la participación política.

A ello se suma la enorme manipulación que practican unos medios masivos de información que no fomentan una conciencia ciudadana moderna y democrática, sino que juegan el rol de agitadores sectarios y propagadores de mentiras y bulos para favorecer a la derecha.

A todo ello añádase el escaso o nulo control democrático de las diversas instancias que deben garantizar la validez de los procesos electorales.

Más que un juego democrático en este país se registra desde siempre un relevo generacional de las elites dominantes.

Por ello un elevado porcentaje de presidentes, parlamentarios y políticos en general resultan ser hijos, nietos o directos familiares de expresidentes, exparlamentarios y políticos destacados del pasado.

O también tienen vínculos directos con reconocidos delincuentes de la corrupción, el narcotráfico o el paramilitarismo.

Otro aspecto es que es el asunto de la clase social y el racismo, pues un porcentaje muy elevado son “blancos” o gente que proviene de grupos que controlan lo fundamental de la riqueza nacional.

Que una mujer negra de origen humilde como Francia Márquez, haya obtenido en las pasadas elecciones una votación mayor que varios de los líderes políticos tradicionales ha resultado casi escandaloso para muchos en este país racista y excluyente.

Tampoco es común que un político ajeno a las élites tradicionales, Gustavo Petro, haya obtenido la mayor votación de todos los candidatos y se perfile como posible ganador en las elecciones presidenciales en mayo próximo.

Esto ocurrirá si algún incidente tan propio de la democrática Colombia no lo impide: fraude masivo en el recuento de votos dando ventaja al candidato del sistema, violencias de todo tipo para intimidar y sofocar la muy probable protesta general de los sectores populares, campañas de desinformación y manipulación masiva, uso ilegal de la actual legislación para sabotear una elección indeseable para la elite. O también un alguna forma de golpe de Estado, tal como ya lo ha solicitado el jefe de la derecha más dura, el expresidente Uribe Vélez, o un magnicidio, que tampoco es ajeno a la tradición de este país andino.

Hay sin embargo otros aspectos que introducen cambios en el escenario político de este país.

No solo es el resultado electoral, muy positivo para las fuerzas políticas y sociales que impulsan la candidatura de Petro sino algunas variaciones que se registran (así no cambien lo esencial del panorama done las fuerzas de la derecha (política y social) son mayoría en las instituciones del Estado y conservan intactos los mecanismos del poder real (también en el nuevo parlamento).

En efecto, ha surgido nuevas fuerzas en la derecha moderada con partidos distintos a los tradicionales pero que comparten con éstos el apoyo al modelo neoliberal vigente, la naturaleza del orden social y el tipo de relaciones internacionales del país, Hay matices que pueden posibilitar alianzas puntuales con las fuerzas del cambio cuando la correlación de fuerzas lo aconseje en un ejercicio de realismo político (con todos los riesgos que esto conlleva).

Gustavo Petro. Foto de Arturo de La Barrera / Flickr. Creative Commons License.

Pero al mismo tiempo se mantiene la presencia de políticos cuyo soporte social  (y sobre todo económico) muestra claros vínculos con las actividades ilegales (genralmente narcotráfico) o resultan ser directa expresión de las formas criminales del paramilitarismo.

Todos ellos están lejos de ser fenómenos aislados o de menor dimensión pues de hecho tienen una base social muy concreta que tendrá que ser gestionada por un posible nuevo gobierno de la izquierda, por moderado que resulte.

Pese a todo son altas las posibilidades que tiene el candidato Petro, incluso de ganar la presidencia en la primera vuelta.

Todo depende de cómo se desarrolle la campaña electoral en las semanas que restan hasta mayo. El Pacto Histórico (su plataforma electoral) tendría que ampliarse a otras fuerzas políticas y sociales cuyos programas pueden ser compatibles con algunas de las propuestas del Pacto Histórico.

No debe descartarse que la izquierda busque acercamientos, sobre todo en las regiones, con las bases sociales de algunos partidos tradicionales (como el partido Liberal) que tienen simpatías progresistas.

Los diálogos, abiertos o discretos, con los grandes núcleos del poder económico del país y con las potencias  occidentales seguramente no pasarán de ser inevitables contactos que de producirse tan solo indicarían que la gran burguesía, nacional e internacional, asume como un hecho la muy posible elección presidencial de un candidato de izquierda.

Si Petro gana seguramente no podrá hacer reformas de gran alcance dada la actual correlación de fuerzas; le sucederá más o menos como a Boric, en Chile. Pero se espera que se avance a una democracia efectiva y se abra un horizonte esperanzador para cambios mayores.

(Fotos: Pixabay)

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