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Steve Latham o el significado de la mortalidad

En la madrugada del pasado 31 de marzo, falleció quien fuera el primer columnista de The Prisma. Una muerte sobre la que reflexionó íntima y públicamente, así como lo hizo con la enfermedad que lo llevó hasta ella. Demasiado valor, demasiado amor, demasiada entrega compartida. The Prisma muere un poco con la partida de Steve.

 

Monica del Pilar Uribe Marin

 

En septiembre del año pasado todo parecía ir bien. Steve había tenido una operación menor semanas antes y uno que otro altibajo de salud, pero nada que augurara algo grave y definitivo.

El 21 de ese mes me entregó varias columnas pues no estaba seguro de cuándo podría volver a escribir otra. Días después, el 30, me explicó que en la columna que me estaba ahora enviando sabría exactamente el problema de salud que tenía. “I hope it will be helpful for people”, me dijo.

La tituló «Lo incontrolable de la vida» y en ella contaba que había sido diagnosticado con cáncer cerebral. “Está claro que acabo de viajar a través del espejo, al territorio de lo incontrolado” explicaba.

Esa columna la escribió estando en el hospital y la noticia de que podía morir estaba sobre la mesa. “Quizá no sea el escenario más esperado para la renovación espiritual. Pero ciertamente, para mí, no es una ocasión inapropiada para meditar monásticamente sobre el significado de mi mortalidad”.

Esas palabras fueron el comienzo de una serie de reflexiones y lecturas, fundamentalmente espirituales, que evidenciaban incertidumbre, miedo, esperanza e indagación. Desde su canal de Youtube  dedicaba varios minutos a amigos y feligreses (porque, aunque muchos no lo saben, Steve era pastor de una  iglesia en Kings Cross) y sus palabras espirituales iban antecedidas por una actualización de cómo iba su enfermedad, cómo se sentía, y del papel clave y del amor que su esposa Sue y sus hijos Joanna y Michael tenían en eso momentos.

La noticia de que estaba enfermo me afectó bastante, pues Steve no solo era el columnista que cada semana enviaba su escrito e incluso adelantaba dos o cuatro, sino que fue una persona a través de la cual se dieron interesantes momentos. Por él y con el visité por primera vez la Anarchist Bookfair in London, escuché por vez primera los discursos de Richard Dawkins y visité por primera vez una universidad de teología, una en la cual Steve era catedrático. Lamento no recordar el nombre.

Además, cuando The Prisma organizó y realizó en la Casa de los Comunes el debate «Multiculturalism in the UK: has it any future?«, y ante la posibilidad de que la moderadora no pudiera asistir, se ofreció a hacerlo cuando faltaban 30 minutos para salir hacia el Parlamento. Se colocó un traje (cosa que no hacia nunca) y ya allá se sentó al frente co-moderando el debate (la otra moderadora pudo también estar allí) y se le veía contento. Era su primer evento de esa magnitud pero le ayudaba su magnífica capacidad para la oratoria.

A Steve lo conocí meses antes de que se uniera a The Prisma. Supe que escribía y que tenía profundas inquietudes intelectuales, aunque era demasiado modesto como para atreverse a plantear alguna nueva teoría sobre algún tema aunque la tuviera.

La ciudad era uno de los temas que más le apasionaban. Tenía varios escritos al respecto y resultaba fascinante leer sus elucubraciones y planteamientos.

Un día, en una conversación informal acordamos que escribiría para The Prisma. Era entonces 2012 y fue el primer columnista oficial y regular de The Prisma.

Su vida se regía por una profunda vocación religiosa (era un cristiano fervoroso más no un fanático que quisiera convencerlo a uno a como diera lugar), su fe era profunda, dictaba clases de teología y en los últimos años se había convertido en algo que siempre había querido, ser pastor de una iglesia multicultural.

Pero esa parte espiritual y religiosa la conocían muy pocos en The Prisma. Siempre fue muy respetuoso de las creencias de otros y sabía que The Prisma no promueve una religión en particular, por lo cual no escribía sobre la que profesaba. Esto le daba mucha libertad en sus otros escritos, que resultaban a veces muy controvertidos y permitían vislumbrar su particular personalidad: una mezcla de conservador y de rebelde de izquierdas, un rebelde que podía ir a marchar pero no lanzaba un grito, un respetuoso de las ideas modernas pero recatado en su vida personal, un lector apasionado que disfrutaba cada compra y lectura de libros y más libros, pero que sentía inseguridad de poder publicar el propio. Un libro sobre la ciudad y el cual espero algún día se pueda publicar.

Lo digo porque escribir le era un deleite, tanto como lo era conversar con la gente, y lo hacía sobre diferentes temas. Sobre uno de los que más había escrito últimamente en The Prisma había sido lo relacionado con el Covid, tanto que él mismo se autodenominó “The Covid correspondent”.

Tuve la oportunidad de compartir muy de cerca con él y su esposa un buen tiempo y fui testigo del afecto y cariño que despertaba en la gente. Le conocían, le escuchaban y querían volver.

Era bueno con las palabras y los argumentos, su timidez quedaba oculta cuando estaba ante un auditorio. Creo que también se debía a que era auténticamente solidario, era muy inglés pero un inglés inusual cuando se trataba de otras culturas, pues estaba abierto a ellas y procuraba conocer y aprender.

Quizás por ello, por ese respeto a la multiculturalidad, la diversidad, a los derechos de la gente, encajó perfectamente en The Prisma.

Así, recordando fragmentos de lo que fue Steve, resulta imposible no sentir dolor por encima de la nostalgia. Acá le extrañaremos, no hay forma de no  hacerlo.  La vida se hay partido una vez más. Son ahora su esposa Sue y sus hijos Joanna y Michael, los que deben llevar el dolor de esta ausencia. A ellos nuestra solidaridad, nuestro abrazo por ser parte de quien fue parte de The Prisma.

(Fotos de la pagina de Facebook de Steve)

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