En Foco, Notas desde el borde, Opinión

Una historia de violencia

Fui a una escuela secundaria desde 1968 hasta 1975. Era una escuela de Gramática. No sabía que estaba a punto de entrar en un mundo de violencia institucionalizada.

 

Steve Latham

 

En el pináculo de nuestro pequeño mundo estaba el director. En su oficina guardaba el bastón. Estaba reservado para castigar a los chicos más obstinados.

Fue, sin embargo, una expresión controlada de violencia, limitada y poco frecuente en su uso. Fue la amenaza la que la hizo efectiva.

Era un «buen chico» y, por eso, nunca fui azotado, aunque conocí a muchos que sí lo fueron. Ciertamente, ese bastón actuó como un elemento disuasorio y, cada vez que fue empleado, como un signo de la gravedad de su delito.

Sin embargo, más abajo, en la jerarquía de la escuela, cada maestro era responsable de la disciplina en su propia aula, y libre de ejercerla del modo que eligiera.

En primer lugar, el más famoso era el profesor de juegos.

Como instrumento de disciplina utilizaba una zapatilla [lo que hoy llamamos playeras, tenis o deportivas].

La guardaba en el cajón de su escritorio, y hasta le puso un apodo: “Percy”. Cada vez que un niño se portaba mal era llamado al frente de la clase, le obligaba a agacharse, y le daba seis golpes en el trasero.

Pero este maestro, debido a su humor, era del agrado de muchos niños. El profesor de ciencias no era tan divertido, que también utilizaba calzado deportivo para castigar a los niños.

Luego había un profesor de música. Le gustaban las reglas. Primero, usaba una regla de madera enorme, que se utilizaba para dibujar líneas rectas en la pizarra y para administrar los «seis de los mejores».

Por otra parte, sin embargo, utilizaba una regla normal de doce pulgadas. No sólo utilizaba su parte plana. En su lugar, golpeaba con el borde afilado la punta de nuestros dedos, que tendíamos temblando hasta ésta descendiera.

Creo que este ambiente creó toda una cultura de violencia en la escuela. Y la extendió a los colegiales también, creando una tolerancia, incluso una expectativa, a la intimidación física.

Cuando miro hacia atrás, lo raro es que nadie dijo nada. Se consideraba como completamente normal. Todos nosotros obedientemente hacíamos cola para recibir nuestros golpes. Si nos hubiéramos quejado a nuestros padres, ellos nos habrían contestado que seguramente habríamos hecho algo para merecérnoslo.

Lo que me sorprendió hace poco fue que encontré en Internet que algunos ex alumnos de la escuela estaban celebrando una reunión.

Pero no era solamente para ellos. Antiguos maestros también fueron bien recibidos. Entre ellos se encontraban esos que habían perpetrado los peores golpes a los niños.

Esto demuestra una vez más cómo es posible persuadir a la gente para aceptar las peores formas de opresión como ‘normal’. Y era normal. La escuela no era algo anómalo.

En el Reino Unido, el castigo corporal es ahora ilegal. Sin embargo, se plantea la pregunta, ¿Vamos a mirar hacia atrás dentro de cuarenta años, de manera similar y con consternación, lo que ahora tratan también como ‘normal’?

(Traducido por Benjamín Serra) – Fotos: Pixabay

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