En Foco, Opinión

William Howard Taft y su pesada cadena

Muchos historiadores le describen como el primer mandatario estadounidense obeso y rollizo, quien, pese a llevar con dignidad tal condición, también la vivió como una pesada cadena que arrastró durante toda la existencia.

 

William Howard Taft. Imagen: Picryl. License Public Domain.

Silvio González

 

Las bromas relativas a que quedó atascado en su bañera de la Casa Blanca el día de su asunción al poder, desde hace mucho forman parte de la cultura popular estadounidense.

William H. Taft (Cincinnati, 1857 – Washington, 1930) era político, jurista y administrador cuando se convirtió en el vigésimo séptimo presidente de los Estados Unidos, donde ostentó el poder de 1909 a 1913.

Su presidencia estuvo marcada por la tendencia a suprimir algunas políticas populares del predecesor en el cargo, Theodore Roosevelt (1901-1909), especialmente en la cuestión de los aranceles. Este antagonismo provocó una división dentro del Partido Republicano y le trajo muchos enemigos poderosos a Taft.

En política exterior, fue partidario de defender en América Latina la instalación de gobiernos fieles a los intereses estadounidenses, según Michael Bromley en su libro «El primer presidente en utilizar el automóvil».

Su estilo de diplomacia resultó acentuado por la injerencia y las intervenciones en los asuntos internos de varios países del área. Taft acuñó la célebre frase «dinero en vez de balas», conocida como la Diplomacia del Dólar, donde su objetivo fundamental era favorecer los intereses económicos de comerciantes, banqueros y empresarios estadounidenses con fuertes inversiones en la región.

Resulta un hecho comprobado que el presidente Taft mandó a instalar una bañera enorme, la cual permitía la presencia de cuatro hombres en su interior, y también existen fotos difundidas con quienes la colocaron posando dentro de ella.

Con sus más de 330 libras de peso, el mandatario era muy sensible y se acomplejaba con los chistes que se relataban contra las personas obesas; por eso optó por hacer lo cuanto hace la mayoría de los gobernantes en Estados Unidos, es decir, mentir.

Durante el discurso del 5 de agosto de 1910, juró que en la Casa Blanca no existía una tina ejecutiva especial de exageradas proporciones.

La evidencia de esta mentira apareció en casi todos los medios de prensa dos años después, cuando el presidente trasladó a un crucero de guerra la bañera gigante con la cual viajaba a todos lados. La colocación con gran sigilo del misterioso utensilio de aseo en el crucero «Arkansas» fue descubierta por algunos periodistas curiosos que cubrían el viaje del mandatario al Canal de Panamá.

El contrincante electoral de Taft, el ex presidente Theodore Roosevelt, fue el primero en lanzar cáusticos vituperios por la gordura del estadista y lo calificó de «comelón compulsivo, con el cerebro de un puerco, e incapaz de dirigir eficientemente a una potencia».

Los detractores comenzaron a burlarse de Taft sin ningún tipo de misericordia, y esto hizo que fracasaran estrepitosamente sus intentos por lograr la reelección en 1912.

Al dejar el cargo, logró bajar 70 libras de su voluminosa humanidad, al someterse a una férrea dieta, la cual demandó ingentes esfuerzos de su parte. Desgraciadamente, al final de su vida apareció otra historia tan humillante como la de aquella bañera.

En junio de 1915, la prensa reportó que Taft había provocado un diluvio cuando se sumergió en la bañera de un hotel, en cuyo piso inferior estaban reunidos algunos banqueros que casi resultaron ahogados por el enorme desborde de agua.

Tres años antes, en 1912, el presidente afirmaba con prepotencia y racismo: «Todo el hemisferio será nuestro, de hecho como, en virtud de nuestra superioridad racial, ya es nuestro moralmente.»  (PL)

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